Felipe Gallego Chacón, el poeta postrado

 
Ilustración de Felipe Gallego realizado por Luis Riaño para "50 toledanos en el recuerdo" utilizando la técnica de lápiz grafito sobre papel gofrado, según nos explica el propio Riaño.

. Una historia de "50 toledanos en el recuerdo", el libro que coordinó el ya desaparecido escritor toledano, Luis Rodríguez Porres y que hoy traemos al blog "Nona de La Mancha"


Corría el año 1998. Han pasado quince y parece que fue ayer cuando el ya desaparecido Luis Rodríguez Porres (+21-03-2012), escritor toledano, compañero y amigo, nos embarcaba en una de sus aventuras. "50 toledanos en el recuerdo" veía la luz de la mano de la Editorial Zocodover y en él, coordinados por Rodríguez Porres, cincuenta autores poníamos en valor a otros tantos personajes que por su vida, obras y méritos merecían tal reconocimiento.

Cuando Luis me preguntó qué si conocía algún personaje destacado de mi pueblo natal, Villafranca de los Caballeros (Toledo), no lo dudé ni un instante. Felipe Gallego Chacón, nuestro poeta postrado, se merecía ese homenaje. Y así, pasó a formar parte de "50 toledanos en el recuerdo". Un libro que, además, contaba y cuenta con un valor añadido, los dibujos que realizó de cada uno de los personajes el profesor Luis Manuel Riaño, utilizando la técnica de lápiz grafito sobre papel gofrado.

Y sin más preámbulos aquí os dejo mi modesta aportación:

Si a los quince años Felipe Gallego no se hubiera caído de una mula quizá hoy no formaría parte de esta historia. Natural de la localidad toledana de Villafranca de los Caballeros, este poeta postrado, nacía en l 1932. Su vida se paralizaba cuando tras un fatal accidente y un tratamiento poco adecuado le aconsejaban que debía permanecer en cama. Una cama que no abandonaría hasta el día de su muerte, en 1988. Sin embargo, en el diccionario de este villafranquero no existía el el término resignación y así lo demostró a través de su poesía. Los inviernos los pasaba Felipe con su hermana, en un municipio vecino, ya en la provincia de Ciudad Real, concretamente en Alcázar de San Juan.

Cuando llegaba el buen tiempo se trasladaba a Villafranca, donde todos y cada uno de los veranos los pasaba en casa de Salvador y Paula, hasta la época de la vendimia, por el mes de octubre. Era en estos meses cuando Felipe más desarrollaba su espíritu luchador, siempre ayudado de las letras. Su tetraplejia no fue nunca un impedimento para dejar volar unos veros, sonetos en su mayoría, que fueron recogidos en cuatro libros de poemas: Versos de Fe y Gratitud del I al III y Mensajes en Verso.

Correcto sería primero habar de su creación literaria, pero también es de justicia destacar las virtudes de un hombre que supo dar sentido a su vida y que, por ello, contó con el reconocimiento de todo un pueblo que, incluso antes de morir, le dedicó la calle en la que vivía. Una calle que, además, puede dar cuenta de la faceta religiosa de Felipe Gallego. Me refiero a su devoción por el Cristo de Santa Ana, cuyas fiestas se celebran en septiembre. Así, todos los años, el día del patrón de Villafranca la imagen se paraba delante de su puerta y después de contemplarla unos instantes seguía en procesión hasta la ermita. A “su Cristo” dedicó infinidad de versos, gran número de ellos recogidos también en el programa de festejos que editaba el Ayuntamiento de la localidad.

Muchos fueron los que le conocieron y seguramente podrían dar hoy detallada cuenta de su vida y obra, como por ejemplo aquellos niños, entre los que se encontraban los hijos de Salvador y Paula, que ayudaban a nuestro poeta postrado a escribir sus versos o a pasar las páginas de un libro cuando leía. Seguramente ellos tendrán muchas anécdotas y recuerdos de su infancia, sobre todo cuando Felipe los reunía alrededor de su cama para contarles historias y para enseñarles, aunque parezca increíble, a confeccionar aviones o parajitas de papel. Más tarde cuando la técnica avanzó un amigo le regaló un magnetófono en el que grababa sus versos y luego otro amigo, de los muchos que tenía, los trascribía a papel. Cabe destacar que contaba con una gran capacidad de retención; ya que, conseguía memorizar varios poemas hasta que alguien le prestaba colaboración.


Portada de "50 toledanos en el recuerdo".
El caso es que en el patio de aquella casa, en la que pasó muchas horas de su existencia, podía respirarse vida. La alegría y vitalidad de los niños y las constantes visitas de sus vecinos, amigos y conocidos eran situaciones cotidianas. Recuerdo vagamente a Felipe; sin embargo, conservo una imagen que siempre me viene a la memoria cuando paso por esa calle y por delante de esa casa con su puerta principal siempre abierta y, al fondo, en el patio, Felipe postrado en su lecho. Podía embargarme un sentimiento de compasión, pero nunca fue así porque conocía su pasión por la poesía y su amor por las letras.

Alcanzado este extremo y para dar cuenta de quién fue Felipe Gallego solo hace falta extraer algunas reflexiones realizadas por sus prologista de dos de sus libros “Versos de Fe y Gratitud III y Mensajes en Verso. El primero de ellos, y además editor, Teodoro Cruz Rodríguez, apuntaba en su prólogo que “si alguien pretende encontrar en las obras de Felipe Gallego, las exquisiteces formales de atrevidas metáforas o de juegos léxicos, la mágica musicalidad de una sonora rima o la profundidad metafísica en sus pensamientos, que se detenga aquí y no prosiga hacia adelante. Porque el autor es un hombre sencillo, autodidacta... Es un poeta del pueblo llano y el pueblo llano lo entiende. Y no sólo lo entiende, ¡lo siente!. Aunque Cruz Rodríguez advertía que no conocía a nuestro poeta postrado, después de la lectura de sus poemas añadía que “he llegado a conocer a todo un hombre (así, con mayúsculas)”.

Mientras, Alejandro Corniero, que llegó a conocerlo en uno de sus viajes del “Tren de la Esperanza” que cada año peregrina a Lourdes, decía que con sus versos “vuelve a darnos sus sentimientos íntimos en lenguaje poético”. Corniero, que fue camillero de Felipe en aquel viaje, apuntaba también que “siempre inmóvil, tendido en horizontal, pero con su alma vertical e inquieta, abierta a todo lo sensible, él va concibiendo, día tras día, tiernas imágenes líricas, agudas unas veces, tiernas otras y todas ellas sincerísimas. Y así, en su sosegada y meditativa quietud, en la calma silenciosa de su pequeña habitación, su imaginación y su corazón crean”.

Y así era, este poeta villafranquero creaba constantemente. Versos a la Navidad, a la primavera, a los amigos... y, entre ellos, uno dedicado al que ha sido durante trece años presidente del Gobierno de España. Felipe González. Este poema llegó, incluso, a La Moncloa, desde donde partió después una carta de agradecimiento.

En fin, podríamos seguir hablando largo y tendido de este poeta que esgrimiendo la poesía como arma luchó contra la adversidad, sin perder el ánimo y haciendo frente a 66 largos años en los que enseñó a muchos el sentido que tiene la vida. Sin más, solo cabe trasladar uno de sus últimos poemas que, a modo de epitafio y bajo el título de “Adiós”, el sacerdote leyó en su funeral:


“Al término de mi vida
a todos cuantos quiero
mi abrazo y mi adiós postrero
os da mi alma agradecida.
Rogando a Dios, concedida,
me sea esta petición;
que mientras mi corazón
descienda a la sepultura,
mi alma se eleve a la altura
de su divina mansión”.

Comentarios

Entradas populares